UN DÍA CON LAURA
Por: Bruce Timaná
CHIMBOTE, 20 DE MAYO DEL 2017.
“Pescador desaparecido es un menor.”
Ese era el titular de uno de los diarios que Laura leía sin decir palabra alguna, sin gestos, sin señal de alguna emoción, debido a que estaba acostumbrado a ese tipo de noticias. Él se encontraba sentado en la vereda mientras esperaba oír su nombre, o mejor dicho su apodo de canillita, desde las oficinas de reparto de periódicos, a la vez que Solis, un perro callejero, se echó a descansar a su costado. Entretanto la hora azul iba pintando el cielo de la primera cuadra del jirón Elías Aguirre que estaba cara a cara con el Malecón Grau de Chimbote.
Hasta ese entonces, alrededor de las seis de la mañana, sólo habían llegado los periódicos locales: La Industria y El Diario de Chimbote. Al igual que un grupo de canillitas que mostraban una sonrisa, como disfrutando el olor a sal que emanaba el mar e invadía toda la calle. Algunos vestían con shorts y sandalias a pesar del frío que hacía en la ciudad.
 – ¡Último! ¿Último en la cola?
Se escuchaba una y otra vez hasta la segunda cuadra de Elías Aguirre, traspasando así la avenida Bolognesi, donde lo único que le daba vida era la iluminación de un casino que aún se encontraba en funcionamiento y el parpadeo constante de la luz amarilla de los semáforos que hasta esa hora no funcionaban correctamente. Cuando alguien respondía a aquellas exclamaciones, los canillitas hacían lo de siempre: formaban una cola para apuntarse en la oficina administrativa, devolvían los periódicos que no vendieron el día anterior, pagaban por la nueva mercadería, recibían sus cupos y se acomodaban en alguna parte de la vereda a esperar que los llamen. Laura saludaba a sus compañeros levantando la mano.
Conforme transcurría el tiempo, la señora que vendía desayunos afuera de la oficina se llenaba las manos de sándwiches, repartiendo a la par, sendos vasos de quinua. ¿Sus clientes? Los canillitas, los ebrios que salían de las discotecas cercanas con un hambre voraz y los travestis que se prostituían en la avenida Pardo. Pero no fue la única, al señor que vendía jugos de melón en un triciclo le pasaba lo mismo.
– ¡Laura!
Llamaron desde la oficina y de inmediato aquel hombre moreno, levantó su voluminoso cuerpo y corrió a recibir los periódicos. Sus compañeros le bromeaban.
– ¡Qué rico gordo! ¡Apúrate pues!
Todos reían, incluyendo Laura. A su retorno traía los diarios en el hombro y en su boca un pedazo de papel que era el comprobante de lo que había recibido. Enseguida separó los periódicos en dos partes y empezó a llenar las páginas principales con las hojas impares o contenido restante, lo que él llamaba tripas. Sucedió esto con: El Popular, Trome, Depor, La República y el Correo. Luego procedió a contarlos, parecía tener cinco dedos más en cada mano.
– 3, 6, 9, 13…
Una vez que terminó, sacó un celular de su mochila gris.
– Aló vieja, ¿ya estás en el terminal?
Armando Jáuregui Quiñones, conocido como Laura, ganó ese apodo cuando tomó el lugar de su cuñada, Laura Estrada. Por problemas personales, ella dejó de vender y él le heredó el negocio. Pero no trabaja solo; su esposa Lora Estrada Morales también le ayuda con la venta de periódicos. Ellos tienen un pequeño espacio fuera del terminal terrestre “El Chimbador”, cerca al puente.
Al terminar la llamada, Laura aseguró los periódicos con zunchos, se levantó, los puso sobre su cabeza y cogió un bulto negro, que en realidad era una sombrilla. Caminó hasta llegar a la esquina del jirón Manuel Ruíz con la avenida Bolognesi e hizo parar un auto station.
– ¡Chato, rápido que estoy contra la hora!
El chofer hizo una mueca de complicidad y le ayudó a subir los demás paquetes que Armando iba trayendo.
Entretanto, los otros canillitas repetían lo mismo que Laura. Algunos transportaban los periódicos en bicicletas, a las cuales le habían acoplado una canasta en la parte delantera para que la mercadería vaya segura. Otros, llevaban los diarios en hombros y en un móvil que sólo utilizaba dos ruedas, el cual antes fue un coche para bebes. En realidad, no importaba mucho cómo trasladaban los periódicos, mientras terminaran vendiendo todo.
Ya dentro del vehículo, Laura y el chofer conversaron los 12 minutos que duró transportar los periódicos hasta el terminal. En la pista esperaba su esposa, que a sus 50 años se le veía muy enérgica. Ella recibió los diarios y de inmediato el auto siguió su camino hasta la avenida Pardo, fuera del centro comercial Mega Plaza, donde otro canillita les dio el encuentro.
Al bajar, Laura pagó el taxi, puso los periódicos sobre la pista y dividió la mercadería con su compañero, quien partió hacia otro lugar.
Laura dejó los diarios en la vereda y se puso un polo negro algo viejo encima de su polo plomo de Tasmania para evitar mancharlo con la tinta de los periódicos.
– ¡Trome!
Esa era la señal que Laura esperaba, la señal que activó su modo canillita entre todos los vehículos detenidos que esperaban el cambio a luz verde del semáforo. Sacó una gorra del diario “Ojo” de su mochila, cargó sus periódicos e hizo lo que inició hace 15 años.
– ¡Trome, Comercio, Correo, Líbero, Depor! ¡Popular, Industria, Diario de Chimbote!
Así era como Laura ofrecía los periódicos, a voz viva, a un grito particular que llamaba la atención de los transeúntes y choferes, que ya lo conocen.
– Papi, un Popular.
Todos sonreían y lo miraban curioso.
– Que el fotógrafo te pague, eres famoso.
Laura reía, me miraba y seguía ofreciendo en los 63 segundos que la luz roja le daba. Así pasaron las horas en aquella mañana nublada y los periódicos en su cabeza fueron disminuyendo.
Al llegar la 1:30 p.m. aquel canillita de 42 años decidió regresar al terminal con una sonrisa. Su esposa lo estaba esperando con el almuerzo. Fue un gran domingo, en los que normalmente vende de 800 a 1300 periódicos. Laura estaría con su compañera de vida hasta agotar los diarios restantes y esperando a su colaborador para sacar las cuentas y luego, por fin, ir a casa.
Los canillitas chimbotanos tienen distintos estilos de vida, a algunos les va bien y a otros no tanto, pero hay algo en común que los une a todos: las ganas de seguir adelante en una vida que se torna cada vez más difícil. Y de esta manera, Laura y todos sus compañeros se ganan la vida honradamente, despertando de madrugada a diario para recoger lo que nos mantiene informados en un medio impreso, los periódicos.

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